El escritor de las ensoñadoras historias de Tonderville


Las peticiones y urgencias de un joven soñador
eran casi tan sagrados como el de una niña
en el pueblo de Tonderville.

Rimaba amor y dolor, bella y estrella.
Soldaba con premura disculpas anticipadas por las descaradas
y jocosas historias que regalaba a los oídos vírgenes de fantasía
de las sirvientas.

Los grandes huecos incómodos del drama de su soledad fueron subsanados
por los visitantes curiosos que querían escuchar más.
El joven seguía escribiendo con clarividencia del riesgo
de dar su siguiente paso.
Se ponía su sombrero y traje espléndido y salía con ilusión a la calle a encontrarse
con sus próximos espectadores que lo esperaban con afán.

Su padre nunca lo había alentado en este arte
pero el muchacho siguió escribiendo.
Pasaron horas, días, semanas, meses.
A los 23 años de pura entrega y encierro
regaló sus primeros cuentos
a los vecinos de su pueblo.

A los 30 ya era conocido
como el escritor de las ensoñadoras historias de Tonderville,
y llenaba de magia e ilusión el día del carpintero
que trabajaba con espero
y también el del gobernador.


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