tu manera anticaballera de señalar sin verguenza
la supuesta gravedad de mi equivocación,
encendió la voz veroz de mi volcán
y sólo pude gritar todas verdades
que me habían costado decir las veces
que jugábamos acariciárnos
hasta vernos intentando apagar un incendio.
-ya no tuve más miedo-
me fui perdiéndo un pedazo de amor
y mientras me iba
y se desvanecía
aquel pálpito huracanado que empezaba afilar
amenazas azules,
iba también recuperando mis alas.
A los caballeros sin armadura que perdieron algo más que el orgullo.