"De noche los deseos nunca se cansan de esperar, y llegan a dar vida a esas mis esperanzas, como tenues luces que aparecen entre las ramas de los árboles este bosque"- dijo el lobo, que dejaba descansar su ferocidad y fortaleza en su pelaje.
Para él ningún llamado propuso más esfuerzo que el ver a la Luna en todo su esplendor. Pero al no verla su suerte ponía colores azules a su corazón. Su destinataria, la Luna, no estaba.
“¡No hay Luna!”, “¡No hay Luna!”- gemía en sollozos.
El tiempo pasó. Y se dice de que en todo el bosque, hay un solo lobo que aúlla taciturno en el día a la Luna. Acción que se repite desde entonces. Lo que no sabe es que a quien en realidad aúlla es la misma Luna que nunca cambió de vestido porque decidió ser eternamente Sol. Temía enamorarse y ser eterna para el lobo y por consecuencia dejar en eterna penumbra a los mortales que necesitan ver su descenso para seguir existiendo.