LOS TERREMOTOS QUE LA ASALTABAN EN MADRUGADA (Crónica)


Esto ocurrió hace un mes aproximadamente. Fueron días de misterio y sensaciones extrañas. Algo no tan extraño para mí… pero extraño a la vez. ¿Cómo explicarlo? Se supone que la noche o el descanso nocturno acaban cuando despiertas (¡Vaya descubrimiento!). Al menos eso pasa mientras no seas noctámbulo, o porque tienes cólicos menstruales, o porque sigues pensando en tu ex, o porque vayas a tonos góticos, Vichama o esos lugares en los que así no seas un hipster, vas porque está muy de moda en el Facebook ¡Qué sé yo! Lo que quiero decir, es que en mi caso eso del fin del sueño es diferente. Y esto tiene que ver con varios factores, pero en esta ocasión nos dedicaremos hablar solo de uno. Ese “uno” que literalmente me ha quitado el sueño por casi una semana. Mientras dormía pasaba lo siguiente:

Cuando el reloj marcaba las 4:30 a.m. aparecían los “terremotos”. Una simulación de una sacudida de un terremoto de unos 8 o 9 grados en la escala de Richter por segundos. Una onda brusca que hasta ahora no he podido descartar si fue interior o exterior de mi cuerpo. En realidad, he descartado que sea exterior, y eso lo supe por la corroboración de “la realidad” que hice a través de Twitter y los demás accesos de información del ciberespacio, antes de no poder seguir durmiendo por largos minutos.

El primer día, el 18 de marzo, cuando un usuario en Twitter me preguntó sobre mi alarmante mensaje de “Lima tiembla en el barro. Señor no aplaques tu ira”. No sabía con qué justificación responder a su interrogante, porque indagué e indagué pero los detalles de esa locura sísmica  no los encontraban, ¡no los encontraba! ¡Por Dios! no sabía lo que en realidad hace instantes había sentido. No había rastros sobre su veracidad. Empecé a preocuparme...  Después de casi una hora de pensar sobre esa sensación que asaltó mi sueño para aturdirlo no pudo superar mi propio cansancio natural, y casi sin notarlo, me desvanecí en la almohada y dormí.

Al día siguiente tuve que borrar la publicación que había escrito pues reconfirmé que aquel fuerte remezón nunca había ocurrido. Esa noche volví a dormir. De pronto 4:26 a.m. la supuesta habitación convulsionaba otra vez con sus ondas de terror. “Mamá, mamá”- juraba para mí misma que esta vez era real. Mi mamá, no se despertó. Luego, en silencio, entendiendo con madurez lo evidente de esa locura de la cual no tenía control alguno, dejé que el zombie y alarmado futuro haga el resto.

“Hoy sería el tercer día de esta catástrofe y tengo miedo a que llegue las 4:30 de la mañana. No sé cómo reaccionará mi corazón ante el terremoto inentendible de las señales de las que aun no comprendo, y espero el para qué de su existencia”, eso escribí el tercer día.

Al día siguiente de ese día, ese sentimiento de pesadilla repetida que hasta el momento me había hecho pararme de la cama asustada, abrir la puerta y gritar para ver si mi mamá se levantaba, y sacar a mis perros que duermen conmigo para salvarlos de la catástrofe que se avecinaba, volvió a aparecer.

“¿Podré superar las señales que me intentan decir algo manera una y otra vez?”- seguía con mis interrogantes- A ver qué está pasando”- me dije. “Mi mente no está tan loca para… a menos que… ¿Qué me quiere decir mi inconsciente?”. Una avalancha de pensamientos se mezclaba con el latido desesperado de mi corazón, y el rebotante pulso en mi aorta, y el frío sudor de mis pies y mis manos, y mis ojos aturdidos y espantados.

“Van cuatro noches que siento lo mismo desde que…. –ahí apreció la lucidez- Aquel sábado perdí mi mochila azul. Es decir, mi libreta de apuntes poéticos, mi ropa con las zapatillas prestadas de mamá, mis llaves –incluida la de la bicicleta- mi billetera con más de 200 soles, mi misma mochila espaciosa y azul, y otras chucherías importantes, como el maquillaje que ya se me estaba acabando”. Todo eso que significaba mucho para mí, y que me arrepentía en botar en su momento.

Desde que comprendí ese hilo conductor, no le hice menos caso al terremoto. Sabía que iba a venir pero no le daba importancia. Hasta a veces, no sé cómo, hacía una especie de juegos mentales en mí inconsciente para que con toda la fuerza de voluntad posible ese sentimiento de hecatombe que retumbaba como un vértigo que me eriza al punto de hacerme saltar de la cama, me deje de molestar. Sin embargo, una intuición muy profunda me decía que podía sentirme más aliviada.

Entre oraciones de fervor a Dios, consejos, y de tanto compartir ese remordimiento con amigos y familiares, parece que ese tormento se espantó. En mi hipotético pensar de soluciones alternas o reales, mi batallón de gente con su aura, su vibra y ofrenda me protegían contra él. Debe ser Dios, debe ser mi inconciente, alguna Gestalt que se abrió, quizás por lo que ocurrió con mi mochila. Hecho que no es sino hasta hoy que “públicamente” lo comparto. Lo único que sé es que luego de esa semana, ya no me molestó más. Y el aprendizaje que no veía o reconocía de toda esa vorágine me encontró, lo solté, probablemente sin darme cuenta pero consiente.


POEMA: "DE TIN MARIN DE DO PINGUE"

  Stephany Calderón · POEMA "De Tin Marin De Do Pingüe"