Accidente con gracia a chocolate

La semana pasada, una mala maniobra hizo que mi bicicleta chocara -felizmente- a penas con el costado de un taxi que también cruzaba la vía Expresa cuando el sol aún acaloraba desde el cielo de Lima.

Después de caer con mi bicicleta, recoger mis gafas y mi alma del susto, ver y escuchar las voces de la gente que empezaban a hacer el círculo en medio de una de las más importantes vías de la ciudad, pero sobretodo, luego de bajar la mirada hacia mi pierna, comprendí que lo que había ocurrido segundos antes, era considerable; aprobado para llamarse "accidente".

Lentamente mientras trataba de defender mis argumento y conservar la calma, lloré. No sé quién me dijo "Llora, llora... Si quieres llorar, llora". Baje la mirada y vi mi pantalón rasgado al estilo moderno pero el estilo improvisado no se trataba de moda sino de una herida sangrante que apareció en mi rodilla y ardía.

El taxista colocó la bicicleta en la parte trasera de su auto y me llevó a mi trabajo, que quedaba a solo una cuadra de lo ocurrido. Ahí, el conductor quien tenía un botiquín, me colocó unos líquidos médicos, mientras secaba mis lágrimas para hablarle a los señores de seguridad de mi centro de trabajo con el fin de que se comunicarán con la gente de mi trabajo y no piensen que se trataba de una tardanza muy faltosa. Luego de que mis lágrimas maduraran en la responsabilidad de pensar si mi seguro cubría alguna gaza o agua oxigenada para mi rodilla, fuimos a una clinica cercana. Cuando el doctor me dijo que no podía hacer ejercicio una semana, mi corazón marchitó su sonrisa. Pero en todo este recorrido de sangre, llanto, y rebobinar de lo sucedido, el taxista estaba ahí. Afuera esperando, cumpliendo responsablemente con parte de la caída. Sentí aprecio por él y agradecí que fuera solidario conmigo. Y él también estaba agradecido por no haber hecho más escándalo de lo que era posible. Irónicamente, cuando volví a pasar por el mismo lugar para regresar a casa a descansar con una venda en la rodilla, había casi siete policías.

A ojos cerrados confié en que el señor taxista, coprotagonista del hecho llevara mi bicileta a mi casa, y lo hizo. Y no solo eso, al día siguiente, me esperó afuera de mi casa, luego de haber coordinado el acuerdo previamente, para llevarme a mi trabajo. Y no solo eso, me regaló hasta chocolates. -Sí lo sé parecía que intentaba otra cosa, pero mi presentimiento femenimo comprendió la situación desde su zapatos y coloqué límites para que no los sobrepasara por siacaso-

En el camino a mi trabajo, conversamos acerca de lo gracioso que ahora resultaba lo de ayer. Disculpas mutuas, buenos deseos, preguntas clásicas de quién eres y para qué eres bueno, mientras me fijaba de los adornos de su auto. Había buen ánimo en el ambiente. Antes de bajar le propuse tomarnos un selfie como recuerdo. Y aunque no sonrió mucho (ver foto) sé que siguió su camino más tranquilo, y su alma recobraba la alegria como un niño que se cura los raspones comiendo chocolates.




POEMA: "DE TIN MARIN DE DO PINGUE"

  Stephany Calderón · POEMA "De Tin Marin De Do Pingüe"