Adiós fantasma mío


Aquí los dos somos responsables.

Siento la distancia tan expandida

que tu mano ni siquiera ha desaparecido,

sino que se ha esfumado

bruscamente de mi lado.

Tus ojos ya no adornan los días de este

árbol de aprendizaje diario.

El día que nos despedimos te vi llorar.

Pero no solo te vi llorar,

te sentí llorar.

Te sentí llorar porque yo también lloraba,

y el cuestionario de decisiones en el tiempo de arena

se iba acabando.

Yo, sin estar del todo o casi nada convencida

de torcer el timón de mi última decisión,

razón por la cual ahora me lamento pero no me arrepiento,

decidí acompañarte hasta dejarnos solos,

y volver al inicio pero esta vez, con desenlace ya manchado.

Le dijiste adiós a Blacky.

Cerré la puerta, olí por última vez las escaleras donde

noches anteriores, era el camino de la travesura amorosa.

Y en la misma esquina maldita, del adiós y la desventura,

nos miramos fijamente a los ojos por última vez.

Nublada de cualquier entendimiento, solo me resigné

a prepararme a lo que venía a continuación:

el adiós definido de un amor indefinido.

El nudo en la garganta

y la misma canción de siempre.

El dolor familiar se empezaba a cuajar en mí.

Permanecí anestesiada por el tiempo apurado

 y por estar excusablemente ocupada

por tanto incendio, y las malas noches.

Y sin embargo, como era de esperarse

en cualquier proceso normal

de desprendimiento sentimental,

la noche traía imprevistamente tu recuerdo.

Las preguntas. Instantes de dudas.

Un lúgubre pensamiento que quería petrificar

 mi avance de fortalecerme contra la nostalgia.

Con suerte, y si había tiempo, acababa con el sudor en el cuerpo

por haberme corrido todo el perímetro del Pentagonito, o cosas así.

El proceso se repitió por varios días y casi dos semanas.

Sin embargo, estos días exonerados de apuro

suspendidos de la espantosa rutina,

me han arrojado al silencio.

A la profunda reflexión de saber hondamente

cómo estoy  y a dónde voy.

Preguntas universales de  existencialistas

que no se cansan en insistir.

Análisis poco conveniente para una pena

aún no adiestrada  y liberada.

La idea de que no cerré bien

el calendario de nuestra historia

me paraliza por un momento.

Quedó el sinsabor de muchas interpretaciones,

 y de huecos adoloridos y aceptados sin luchar.

Quedó el rastro de la sangre desechada que no fue

la mejor ni la peor decisión.

El dolor sirvió para salir adelante.

En tu caso, fue una causa-efecto de

pena y sudor multiplicado por 2.

Me sirve también recordar que no eras la persona

que encajabas en mi cuadro,

ni con mi presencia en salas de plumas muy voladas,

o en la mesa del almuerzo con la familia,

o a la hora de pedir el taxi, o ingresar por nombre

a alguna fiesta y presentarte.

Sirve recordar  que no te veía en mis planes futuros.

¿Y acaso era para tomarnos tan en serio el capítulo?

El amor tuyo pasó tan rápido como el ómnibus

que me deja a un paso del paradero después de llegar corriendo.

Pero la bajada no apareció sino hasta hoy.

Hoy que tu recuerdo es la figura en el fondo de esta noche.

Hoy que tus manos pequeñas se desvanecen con

el humo triste que perfuma mi casa,

hoy que tus ojos

 ya no espían mis espalda.

Te extraño y lo siento al decirlo

aunque me cueste aceptarlo.

Entiendo un poco

el rechazo a cualquier aproximación

que tiente a la memoria de nuestra herida,

que ya ni siquiera es nuestra.

Entiendo eso y tu mirada,

y aunque no entienda nada,

reconozco el peso del juego ciego

que abre las puertas a la repetición de finales infelices

por mi propio comienzo.

Sé que piensas en mí en noches como estas.

Sé que no quieres llegar a la última hoja del libro más tierno que te di.

Quizás lo que busques está en otro planeta.

Quizás lo que busque está en otro planeta.

Somos prójimos de una misma historia,

coincidimos en este aprendizaje.

Las rosas rojas nunca entenderán por qué

tengo tan voluble el corazón,

por qué acepto y dejo pasar lo fácil

cuando sé que irme es lo más difícil.

En noviembre no he recibido rosa alguna

que me enseñe lo que ya sé.

Sin embargo, esta especie de poema sin forma

desempolva las telarañas de un sentimiento antiguo

y a la vez reciente

que hace intentos por asegurar que en mi corazón

no deje entrar otros futuros fantasmas.

Los sábados y hasta los domingos me recordarán que

el camino soy yo

que el amor soy yo.

Que debo tatuarme el amor incondicional propio

muy adentro. Imborrable.

Aunque siempre diga lo mismo...

Pero hasta que un día

ya no se pueda mover.

Y olvidarme de seleccionar inmaduramente

al siguiente ratero sentimental

que me succione la energía del corazón.

Y cada vez que escuche tu nombre, o deba de verte

como aquel personaje secundario

que arregla algún evento

 en el que yo participe,

recordaré a mi amor no correspondido

a tu amor cobarde.

Te miraré como un farol que ilumina perenne

Fuerte. Humana pero constante.

Humana y constante,

con curitas en el alma y serena.

Como un fusil que recopila historias,

y al final de la construcción imaginaria de alguna otra

dispara los amargos recuerdos

que me hicieron entrar en lucidez.

Una luz cautelosa que reserva en silencio

el historial de tu viaje anónimo

hacia mi lado más sensible,

hacia tus anécdotas más coloridas

juguetonas y serias,

hacia tu gasolina de fuego más encendido,

hacia tu vuelta por la vida, la muerte y la vida y la

muerte, ¡y la vida nuevamente!

antes de volver a tu condición de eterno fantasma.

POEMA: "DE TIN MARIN DE DO PINGUE"

  Stephany Calderón · POEMA "De Tin Marin De Do Pingüe"